Decidí que iba a escribir un
cuento para niños y aquí está el resultado.
Si pudieran darme su opinión aquellas personas a quienes les encanta contradecir el nombre de este blog, lo agradecería mucho.
No tiene nombre aún, si pudieran ayudar con eso, lo agradecería también:
"Eduardo Guzmán siempre fue un niño raro.
Desde que nació sus padres lo ponían frente al televisor a devorar horas y horas de argumentos televisivos, pero nada lo emocionaba más que ver “Las aventuras del capitán espacial”, “Comando interestelar” y la repetición de una vieja serie llamada “Los halcones galácticos”, por lo que nunca se perdía un solo capítulo y claro, gracias al lavado catódico de cerebros obtuvo todas las figuras de acción.
Ya entrada la primaria descubrió autores como Isaac Asimov, J.M Dillard y Carl Sagan, quienes le hicieron expandir su universo a la posibilidad de la existencia de vida extraterrestre, así que de inmediato decidió que iba a ser investigador espacial astro-físico nuclear, lo que fuera que eso significara. Mirando siempre hacia el cielo.
La mayor parte de su niñez, Eduardo la pasó investigando y experimentando con los misterios del Universo, arrojando su primer resultado al construir un cohete interestelar tripulado por el caradura del Capitán Espacial (su figura de acción). Colocó 6 cohetes, de esos que encontraba en las ferias de los pueblos, dentro de un bote de polvo de chocolate, y para la cabina utilizó el recipiente de su gelatina, todo pegado a conciencia con “Kola-chiflada”. El resultando fue un accidente el cual, gracias a su madre, nunca olvidaría. Un incendio que los dejaría sin automóvil por varias semanas.
Ustedes pensarían que Eduardo cejó en su intento por alcanzar las estrellas y un posible contacto alienígena, pero al contrario, con mucho cuidado, tomando todas las precauciones, Eduardo realizó y realizó pruebas en un campo que se encontraba a unas cuadras de su casa. Por supuesto, los cohetes de Eduardo nunca lograron elevarse más de 100 metros del suelo, y eso, gracias a que un ave de rapiña alguna vez interceptó una de sus naves al confundir su vuelo con el de un ave moribunda.
Al fin, Eduardo se olvidó de los cohetes y los seres de otros planetas, reemplazándolos por bicicletas y niñas, pero Eduardo no sería nunca más el mismo; pasó de ser un niño raro a un adulto raro y posteriormente a un anciano aún más raro. Al parecer, sus experimentos despertaron en él la sensación de que algo buscaba y siempre que emprendía algo, daba un paso más adelante; lo que le ayudó a tener un gran empleo en la fabrica de Chocolates S.A, pues en una de esas inventó un reactor que fundía el chocolate 10 veces más rápido.
Pasaron los años y Eduardo no dejaba de inventar cosas que alegraban la vida de otros niños. Siempre inspirado al observar el cielo.
Pero todo lo bueno llega a su fin y Eduardo gradualmente se hizo viejo (que no inútil). Se fatigaba con más facilidad y el sueño le invadía varias veces al día. Mientras dormitaba vislumbraba los recuerdos de su niñez, de sus cohetes y de sus extraterrestres.
Para ese entonces la humanidad había logrado alcanzar Marte y los viajes espaciales ya no eran tanta noticia como en la niñez de sus padres. De hecho, habían algunos viajes turísticos de los cuales, por supuesto, sólo gente con suficiente dinero podían disfrutar. Pero Eduardo ya había trabajado tanto en su vida como para poder pagar un viaje así, aunque significara quedarse sin un centavo de los ahorros que había realizado.
Un buen Domingo de Marzo Don Eduardo abordó el crucero que lo llevaría a orbitar una semana la tierra. Toda su familia le acompañó a despedirlo y a desearle suerte, pero con la preocupación natural de una familia amorosa, pues Don Eduardo ya no era ningún jovenzuelo. Pero, ¿qué puede uno hacer cuando quiere a alguien tan obstinado?.
Eduardo nunca lo comentó, pero el se iba al espacio para no volver y dejando una nota póstuma dijo – No se culpe a nadie, los gastos de la cápsula de seguridad los pagará mi familia- y se lanzó a su último gran viaje (el mero bueno).
Logró burlar la seguridad de la nave, pues a pesar de que Don Eduardo siempre había sido un hombre muy recto, se sabía todas las mañas que vivir en México le enseñaron. Tomó la cápsula, se acomodó y desapareció en el profundo espacio, hacia el cuadrante espacial que, nunca notó, pero más miraba mientras se encontraba en la tierra.
Nadie sabe cuánto tiempo después, pero Eduardo despertó cuando una vocecita le decía – “Bienvenido. ¿Por qué tardaste tanto, hijo?”."
Dedicado a Victor Ochoa.
Salú.
Escuchando: Wo Qui Non Coin - Yokko Kano